18 sept 2010

Cortas Historias Salamandridas - Cap. 1

“La Roca”

Anochecer de un mundo, amanecer de otro.

Mientras que los habitantes de la Tierra viven en la ignorancia total sobre aquellas cosas que existen fuera de sus límites con el espacio exterior una serie de objetos ajenos a esta parte del universo se acercan a gran velocidad, amenazando con cambiar aquello que las criaturas terrestres creen conocer.


Los primeros rayos de sol asoman por el horizonte, reanimando la actividad de los seres diurnos. Pequeños y grandes salen de sus escondites para darle continuidad a aquello que se llama vida. Nos encontramos en un bosque. Desde el lugar en donde estamos (un promontorio de rocas) vemos que nuestra vista se ve atiborrada por las innumerables coníferas que nos rodean. Sin embargo, observando hacia abajo, un pequeño hueco en el suelo deja ver a un ser singular, negro con manchas amarillas, larguirucho, ojos grandes y negros, patas de cuatro dedos las delanteras y cinco las posteriores: una salamandra. Ella sale a recibir al sol, ya que siendo un anfibio necesita de la luz del sol para poder aumentar la temperatura de su cuerpo y así seguir con vida. Pero no solo lo hace por necesidad, por que parece estar muy a gusto en este momento. Sin embargo ella sabe que no ha comido en semanas y que es hora de cazar algo, por lo que para pronto emprende la marcha internándose en el bosque.

Árboles gigantescos (claro que para una salamandra) flanquean su andar. También de vez en cuando se detiene a saludar a otros animales que se encuentra en su camino, aunque no demora mucho en ello. Los minutos pasan, y parece que cada vez tiene más prisa por llegar a su lugar preferido de caza: un pequeño lago, en el claro boreal del valle. 

Los árboles empiezan a reducir su proporción en esta parte del bosque, por que las rocas sobre las que se asienta el lago no permiten que las raíces puedan crecer a sus anchas. La salamandra aparece de entre unos matorrales, para llegar a lo alto de un peñasco y por un momento se queda quieta. Acercándonos a ella, vemos que se encuentra viendo detenidamente la superficie del agua la cual se ve muy tranquila. En un instante, vemos a nuestra amiga y al siguiente se ha lanzado hacia el agua temerariamente.

Bajo el agua se encuentra ya el anfibio, en persecución de un pez pequeño que advirtiendo a un cazador huye rápidamente a través del agua. Sin embargo, la salamandra tiene un corto momento de agilidad el cual debe de aprovechar para atrapar su alimento. Una persecución comienza. Presa y cazador nadan rápidamente a través del agua. El pez trata de escapar adentrándose en un campo de algas, pero no logra despistar al anfibio que por un momento pareciera atrapar al pez que se escabulle por entre sus fauces. Después, la presa se mete a una corriente turbia que ha dejado detrás de sí una carpa, logra perderse momentáneamente entre el sedimento revuelto y aguarda. Pasado un tiempo, sale de la nube de polvo y mira detenidamente hacia sus lados. Parece que ha salido con vida de esta (se nota por las burbujas que saca como en señal de alivio). Inesperadamente para el pez, un lengüetazo lo coge por arriba y posteriormente es engullido a toda prisa por la salamandra. Con el bocado en la su estómago, nuestra amiga regresa a la orilla del lago para tomar un baño de sol.


Los minutos pasan, y un anfibio descansa placidamente. Súbitamente, un estruendo. Al parecer ha provenido de las faldas de las montañas que crecen al norte del lago, lo despierta de golpe. Obviamente, nuestra amiga no es la única que se ha percatado de semejante cosa, y a lado de una multitud de toda clase de animales se apresura a llegar al lugar de donde vino el ensordecedor sonido. Conforme va avanzando, la conmoción crece.

¿Habrá caído una gigantesca roca desde lo alto de alguna montaña?, ¿o acaso será que un volcán ha nacido? Todos estaban desesperados por saber que había ocurrido, y lo averiguarían al pasar sobre la siguiente colina.

Desde tierra alta, un cráter en la tierra atraía poderosamente la atención de todo aquel que se encontraba cerca. A pesar de que la salamandra no era la primera ni la última en haber llegado a aquel lugar, nadie se atrevía a acercarse más que de la cima de una corona en alto, dejada por un objeto al estrellarse con la superficie.

La salamandra no era del tipo de criatura de las que se acobardan, sino todo lo contrario. En ocasiones actuaba imprudentemente (según decían todos los que la conocían), pero sin duda era algo que ella no podía controlar debido a su innata curiosidad. Cautelosamente (y para el asombro de una constantemente creciente audiencia) fue acercándose al hoyo en el centro del cráter. El suelo se sentía tibio, lo cuál a ella le parecía bastante acogedor. La tierra estaba quemada, y cenizas de vegetación cubrían la mayor parte de la zona. No demoró mucho en llegar al centro. Parecía no haber nada. Removió un poco de tierra caliente que estaba allí, y nada. Observo pacientemente y a punto estuvo de emprender la retirada, cuando un destello acaparó su atención. De la tierra que había movido, una pequeña piedra brillaba tenuemente. Como hipnotizada, la salamandra acerco la punta de su hocico para oler lo que había allí, y al hacerlo inmediatamente se alejo un poco. Un olor que se le hacía conocido, pero que no lograba recordar del todo, lo había asustado un poco. Con lo último, los demás animales que se encontraban viendo se preocuparon y comenzó un escándalo que el anfibio ni noto.

Aún en una especie de ausencia del mundo exterior, la salamandra ésta vez estiró la pata abierta para tomar entre sus dedos aquella cosa que brillaba ante sus negros ojos. Su pequeño corazón palpitaba rápidamente. La excitación en general era abrumadora. Sus dedos casi rozaban la superficie de la piedra. Su mente empezaba a tener miles de pensamientos en un instante. Y…   ¡la tenía!


En un momento, todo negro. Al siguiente, un flash cegador precedió una lluvia de fuego que se esparcía por todas direcciones.  La salamandra no sabía lo que veía: la historia completa del universo, que pasaba por su mente, tan clara como si sus ojos hubiesen sido testigos de ella, a una velocidad infinitamente superior a la de la luz. En su cara un sentimiento de dolor, que ocasionaba tanta información y poder que se arremolinaban dentro de él, desdibujaba su radiante cuerpo que opacaba por completo la luz del día y dejaba en penumbra los derredores. Luces e imágenes de seres extraños y fantásticos salían como corriendo de donde se encontraba el anfibio. Evidentemente, los presentes empezaron a huir despavoridamente por el terrible miedo que contagiaba semejante escena. Conforme los demás animales se alejaban, las visiones pasaban a sus costados para después irse desvaneciendo al salir del umbral entre la zona maldita y el mundo que ellos conocían.


Unos minutos después, la deslumbrante luz comenzó a menguar, las imágenes cesaron, y los pocos testigos (un pequeño grupo de jóvenes valientes, y un par de amigos de la salamandra que quedaron al resguardo de una improvisada trinchera) vieron como la salamandra estaba flotando, con el cuerpo erguido, y que después fue descendiendo hasta yacer sobre su costado derecho, dándoles la espalda. Aguardaron unos momentos, esperando alguna señal que les dijera que su conocida aun seguía con vida, pero nada ocurrió. Sus miradas iban y venían de uno en otro como preguntándose quien iría a ayudarla. Y, a un tiempo, todos voltearon a verla. Un sonido que provenía de donde ella se encontraba, les había advertido que algo ocurría.


Como un pesado tronco se sentían sus parpados, cuando abrir los ojos intentó. La luz hacía que le doliera más la cabeza, la cual, el pensaba, estallaría en cualquier momento. Lentamente, comenzó a incorporarse. Sus patas temblaban por un dolor de agotamiento en los músculos. Su equilibrio era pobre y tambaleaba de un lado a otro, hasta que logró soportarse precariamente sobre sus patas traseras… ¿Patas traseras?. Miró a su alrededor, y vio a un escaso grupo de animales que miraban con espanto todo lo que él hacía.


-¡Ayuda!- escucharon los asustados animales que la salamandra gritaba -¡AYUDA!-, y sin pensarlo dos veces, todos echaron a correr.

-¡¡AYU…  da?- se preguntó a si mismo al darse cuenta de lo que estaba haciendo. Gritando y hablando, parado en dos patas, ¿como si lo hubiese hecho toda su vida? Y entonces, lágrimas de desesperación y miedo corrieron por su piel, emanando de sus ojos. Por un momento anheló que todo fuese un sueño, sin embargo esto era más real que cualquier otra cosa. Sus piernas no pudieron más, y cayo sobre sus rodillas. Tomó sus manos, y con ellas cubrió sus llorosos ojos. De pronto, se percato de una incomodidad entre sus parpados y las palmas de sus manos; alejando sus palmas de su cara y fijando bien la vista en ellas, se dio cuenta de que tenía una pequeña bolita blanca en el medio de cada una. Entonces recordó lo sucedido y las lágrimas pararon. Poder y conocimiento sin fin estaban contenidos en su cuerpo y alma, dormidos, ocultos en la profundidad de su ser.