Blog dedicado a la publicación de las ocurrencias de un anfibio, entre otras cosas.
16 sept 2011
Atardecer
Atardecer by ~ruzi-hyun on deviantART
El amanecer había sembrado pesar en la yerma tierra que tocaban los secos dedos de un anfibio; al atardecer, esa tierra se convirtió en estero, y así pudo albergar las semillas que habían derramado sus pensamientos...
algún tiempo después, esas semillas brotaron, y posteriormente dieron sus frutos. La salamandra no tuvo que regresar a esa tierra para recogerlos, sus andanzas habían hecho que ellos cayeran y vertieran sus deliciosos jugos en su pequeño corazón.
6 sept 2011
Coneja de la Luna
En una noche clara con un par
de nubes en el firmamento, una liebre, sentada al costado de una roca en los
linderos de un bosque, piensa: “¿qué es lo que mas deseas?”, preguntan todos
quienes me conocen por que aparento no desear nada en absoluto. “Nada que
puedas tomar entre tus patas”, contesto yo por que al final es cierto. Lo único
que realmente quiero es poder tan siquiera tocar aquel guijarro bañado de luz que
adorna el negro manto que cubre la noche.
—Madre, tengo algo que
contarte...
—Giro y giro a tu rededor, en
un interminable vaivén entre tú y yo; eones han ido y venido en esa
hipnotizante rutina. Cuando solía ser joven, era divertido ver esa transformación
sin fin tuya, ya fuera en tu cara que cambia poco a poco o en esas tormentas de
agua y fuego que ensombrecen tu semblante a momentos; igualmente era
interesante observar como aquello que nació de ti iba evolucionando en cosas
tan distintas unas de otras, pero tan fascinantes todas ellas. Sin embargo,
ahora que mi piel no conserva la suavidad que antes tenía y mi espalda empieza
a resentir los golpes del arduo trabajo, mi alma esta tan harta que ya no puede
callar el vacío que siente de seguir inmaculada por aquella maravilla que
llaman vida.
—Antes de que continúes hija,
¿has hablado con tu padre de esto?
—Sí madre, he hablado con él.
Tan ocupado esta todo el tiempo que sólo tuve oportunidad de decirle dos cosas:
me siento sola y quiero tener compañía. Ignoro si aún crea que sigo siendo la
niña que exige atención, pero, me dijo que hablara contigo y que tu decidieras
que hacer.
—Hija mía, aunque tu padre no
te conoce tanto como yo, es sabio y todo lo que hace tiene una razón de ser;
fue lo mejor que te mandara a mí, por que creo saber por donde va tu deseo.
Quizá tú no lo veas pero yo me doy cuenta de a que se dirige tu atención. Como
dijiste, cuando eras aún mi pequeña niña, te atraían el verdor de las plantas y
la majestuosidad de las grandes criaturas de tierra y mar. Mas sin embargo,
ahora veo que tus ojos se llenan de luz cuando te asomas y observas a esos
seres que caminan con dos de sus patas, y que con las otras hacen una cantidad
de cosas asombrosas como nunca antes había visto. No te culpo, es sin duda una
especie con un enorme potencial. Así que se que quieres la compañía de alguno
de esos seres, o ¿acaso no estoy en lo cierto?
—De hecho, lo estas.
—Bien. Pero dime, ¿qué tienes
en mente para hacer realidad ese deseo?
—Mucho tiempo lo he pensado, y
vi que no era cosa sencilla el hacerlo; sólo encontré una alternativa: que yo
vaya de nuevo a ti, encarnada como una de esas criaturas, y consiga el eterno e
incondicional lazo etéreo con una de ellas.
—Si eso es lo que de verdad
quieres, te ayudaré sin objeción alguna. Considera esto como un pacto entre
nosotras. Tendrás que acatar al pie de la letra las reglas del mismo. Por una
noche abandonarás tu cuerpo astral, dejando así de iluminar la oscuridad que
reside en la noche y podrás aprovechar ese tiempo para encontrar lo que buscas.
Al termino de ese lapso temporal, hayas o no hayas tenido éxito en tu empresa,
regresarás a la normalidad.
—¿Y si no encuentro lo que
quiero podré regresar algún día a seguir mi búsqueda?
—No. Sólo tienes una
oportunidad de hacerlo. Confía en tu suerte hija mía. Si tu deseo es sincero,
verás que será cumplido de una forma u otra.
—De acuerdo, verás que no
fallaré.
—Así lo espero y ten en cuenta
esto: no te ilusiones con aquello que nuble tu juicio, por más asombroso que
parezca; siempre mantente pendiente de aquello inesperado que cruce en tu
camino, que será allí donde halles el tesoro anhelado.
—Gracias madre, lo tendré
presente. También te agradezco tu apoyo.
—De nada corazón. No olvides
lo que te dije y ve con cuidado, que mi superficie puede ser traicionera. Hasta
pronto, y suerte querida hija.
—¿¡Qué!? ¿!Por qué esta
desapareciendo!?—, se pregunta exaltada la liebre al observar con temor como se
desvanece el gran brillo en el cielo.
De pronto, a mitad de un denso
y antiguo bosque, se apareció una mujer tan alta como un ciervo adulto, de
larga y rizada cabellera negra que brillaba como la plata, tez blanca como la
leche y piel tersa cual durazno, cara afilada de facciones estéticas, y ojos
ligeramente rasgados de un color negro profundo. Su cuerpo estaba envuelto por
una especie de bruma luminiscente apenas perceptible, y además vestía con una
túnica grisácea que rozaba el suelo. En su cara se notaba una expresión de
extrañeza y asombro, mezclada con cierta inocencia e ingenuidad.
—¡Increíble!—, dijo la dama. —Definitivamente
esto es algo bastante extraño—, pensó.
Por un par de horas la coneja
espero a que regresara el astro de su encanto. Aunque en un principio pensaba
en la posibilidad de que estuviera teniendo una pesadilla, al poco rato supo
que de verdad estaba pasando y comenzaba a temer que su moteado pelaje no
volviera a ser bañado por esa luz sin igual. Entones se dijo con preocupación,
—¿pero qué habrá pasado?; ¿y si cayó del cielo y se unió a los demás guijarros
que descansan en el lecho del río?; o peor aún, ¿se habrá extraviado en la
infinita oscuridad nocturna? ¡¿Y si no lo vuelvo a ver jamás?!—
“Calma...”, escuchó en un
susurro proveniente del viento, y un frío estremecimiento le recorrió el lomo,
que se le erizó, y entonces dijo con lágrimas humedeciendo sus ojos: sí, tengo
que conservar la calma. Se que en algún momento reaparecerá...
La dama blanca andaba a través
del bosque acostumbrándose a caminar como los seres bípedos, y no sin uno que
otro tropiezo. Además, en una situación totalmente desconocida para ella,
estaba verdaderamente atemorizada. Cada ruido que escuchaba le producía un
sobresalto, y cada sombra que sentía le hacía latir fuertemente su extraño
corazón. De esta forma continuó por cerca de otra hora, la cual le pareció tan
larga como su entera existencia. La noche ya pasaba de su punto medio y, para
este momento, el bosque se empezaba a abrir disminuyendo su temor.
A lo lejos, empezó a escuchar
un ligero canturreo que conforme avanzaba se iba haciendo más claro, hasta que
se terminaron por ahogar los ruidos del bosque. Un resplandor cálido iba
quebrando la profunda oscuridad del bosque desde un parche sin árboles. En base
a su instinto el astro virgen se acercó cautelosamente, evitando que lo que
fuese que hubiera allí pudiese saber de su presencia. Cuando estuvo lo
suficientemente cerca notó como se proyectaban en el suelo, los árboles y
arbustos, sombras danzantes que giraban en torno al resplandor.
Cubriéndose con los espesura
observó detenidamente. Reconoció aquello que había atraído su interés desde
hacía mucho antes de empezado este viaje: los graciosos seres bípedos que sólo
tienen pelo en la cabeza y que cubren sus partes más frágiles con harapos.
Cuatro individuos cantaban en un dialecto extraño y danzaban alrededor del
fuego con vestimentas que los hacían parecerse a otros animales; el cuarteto
seguía el ritmo que les marcaban otros dos de sus compañeros con distintos
objetos que producían una rústica melodía. Ella estuvo ahí por largo rato
viendo el lento y vigoroso ritual; de ensueño le pareció todo aquello.
Inesperadamente se dejó llevar por la emoción del momento, y con un paso
vacilante se acercó a los humanos; ellos al percatarse de la presencia de la
dama retrocedieron buscando sus armas, y empuñándolas trataban de poner defensa
ante la sorpresa que les causaba la descolorida mujer. Percatándose de lo que
ocurría, ella intento hacerles notar con señas que no tenía malas intenciones.
Entonces una brisa atravesó el
parche sin arboles, viniendo de por la dama y yendo hacia donde los alertados
seres se encontraban. El humano que estaba enfrente de los otros comenzó a
olfatear el aire y, repentinamente, algo en él cambió. Abriendo totalmente sus ojos,
cuyas pupilas se dilataron, relajó su postura y bajo la guardia; como
inconsciente de lo que su cuerpo hacía, caminó lentamente hacia ella.
De nuevo, la intuición humana
actuó en ella, previniéndola de un peligro inminente. Sin embargo, antes de que
pudiese dar la vuelta y huir, el líder de los homínidos se le abalanzo y ambos cayeron
al suelo. Ella se golpeó la cabeza, por lo que quedo aturdida por un instante;
entonces el hombre aprovechó para levantarle la túnica, recorrer su cuerpo con
una mirada de lujuria y pasar sus ásperas manos por el. Aquel ser poseído por
un deseo primitivo se preparaba para satisfacerlo cuando ella, recobrando el
conocimiento, rápidamente mando su rodilla a proporcionarle un profundo dolor
en la origen de su deseo. Sin vacilar, se escurrió por debajo de él dejándolo
revolcándose en el suelo y aullando del tormento, y salió corriendo
trompicándose mientras los otros se aprestaban a seguirla. Conforme se alejaban
del la luz de la fogata, la única forma de seguir la acción era con el ruido de
las zancadas y la exhalación tanto de la presa como de sus perseguidores. Un
par de lanzas volaron apenas fallando en su objetivo, pero una tercera alcanzó
a rozar el hombro de la mujer que gritó de dolor, pero continuó huyendo; la
tela alrededor de la cortada se tiñó ligeramente del rojo característico de la
sangre. Después de unos minutos, la persecución terminó. Los hombres regresaron
a auxiliar a su compañero, y ella se alejó andando sin dirección alguna en
medio del bosque.
La liebre yacía recostada al
pie de la roca donde había permanecido esperando el retorno de la luz de la
Luna. Sonidos cercanos hicieron que se despertara. —¡Oh, me quedé dormida!—, dijo
levantándose violentamente; miró al cielo nocturno después de tallarse los
ojos. Suspiró profundamente, y mordiéndose el labio evitó que la pena saliera
con palabras de su boca. Absorta en un inició en sus pensamientos no reparó en
el rumor que la había despertado, pero al volver en sí fue lo primero de que se
percató. El ruido provenía de una silueta que iba caminando fatigosamente a un
tramo de donde el roedor se encontraba y algo le llamó poderosamente su
atención. A ligeros brincos se fue aproximando a la fuente del sollozo hasta
que anduvo a al paso, un poco retrasado, del ser en el que la noche parecía más
densa.
La dama caminaba lentamente
sin rumbo, lamentando la enorme decepción de que había sido víctima. El brillo
que alguna vez tuvo se había extinguido, y ahora semejaba otra sombra de las
que pertenecían al oscuro bosque. Sin darse cuenta empezaba a escapar del campo
arbolado, pero sus ojos cada vez se anegaban más de la pena que corrompía su
alma. Así que cuando una pequeña cosa blanquecina se le cruzó en el camino por
poco tropieza con ella. Tratando de ver que había sido, detuvo su marcha y
volvió la mirada; encontró un par de grandes ojos de un pequeño animal de pelo
blanco moteado, que la observaban con curiosidad.
Ambos seres se acercaron. El
pequeño se irguió tanto como pudo, y el grande se agachó. Sus miradas se
cruzaron, y ahondaron en el interior del otro. La dama-Luna halló la compañía
que su alma buscaba con desesperación, recobrando entonces su brillo como nunca
antes. Con una enorme sorpresa, la coneja vio entonces al alcance de su pata el
brillo que tanto añoraba. La tristeza que residía en sus espíritus se disipó y,
radiantes ahora de alegría, se abrazaron. La algarabía era tal que para nada se
dieron cuenta del retumbar del suelo; la madre Tierra había dado muestra de su
beneplácito.
Madre, hija y coneja llegaron
a un acuerdo: Luna y liebre habían de demostrar su compromiso a permanecer
juntas por el resto de la eternidad. Por ello, el animal tendría que continuar
con la vida terrestre que aún tenía por delante y el astro tendría que regresar
a su lugar en el cielo. Como regalo la madre permitió que la hija pudiese
regresar cada cierto tiempo, y la coneja podría saber cuando al ver la metamorfosis
cíclica que sufriría la Luna a partir de ese momento. Entonces, sin falta cada
29 días terrestres, la pareja se veía en el sitio donde se encontraron por
primera vez. El tiempo paso y la rutina continuó.
Así fue que, más pronto de lo
que esperaban, el día de su reunión definitiva llegó. La última noche en que la
Luna regresó a la Tierra fue la más oscura de todas. En el sitio de costumbre,
la progenie de la coneja había puesto el lecho donde su vida terrenal se le iba
escapando poco a poco. La Luna se le acercó, agachándose y tomándola de la pata
le inquirió: “¿Estás lista?”. “Siempre lo estuve”, reveló la liebre y exhalo su
último aliento. La Luna dejo escapar una lagrima, y los cielos se cubrieron de
nubes que presagiaban lluvia. Ambas desaparecieron de aquella escena, y poco
después el cielo lloró por ello.
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